Por Alec Forssmann - Periodista
Foto por Sheyla Butsems

 

EN LA CASA DE DALÍ SIEMPRE ESTÁBAMOS DE FIESTA

 

Ojos maquillados, colgantes y vestuario completamente blanco, incluido sombrero con ala. De esta guisa se mueve por Sitges el pintor Pep Puigmartí, quien, a sus 76 años, ya lejos de las prácticas bohemias, mantiene intacta su incansable capacidad creativa

 

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"Retrato de Linda Evans" por Puigmartí

 

Cajas de ensaimada vacías, teletubbies, recortes de revistas, cajas de cerillas, garrafas de agua o mendrugos de pan forman parte del particular universo de este pintor autodidacta. “Y que el pincel baile”, gesticula Josep Puigmartí (Monistrol de Calders, 1932), sentado cómodamente en el hotel de l’Art, en Sitges, un establecimiento y un municipio en los que se mueve como pez en el agua.

 

 

En conversación con esta revista, Pep Puigmartí realiza declaraciones como las siguientes: “En la vida hay que limpiar las cosas que no interesan”. “No me interesa nada el dinero… Cuantas más cosas, más problemas. Llevo toda la vida intentando evadir responsabilidades”. “Si la gente fuera como yo, el mundo se acabaría”. “La vida nos la complicamos nosotros mismos. Todo son cargas, y lo que yo quiero es ir descargado”.

 

Admite el pintor que de chaval no era buen estudiante; sólo le interesaba dibujar y la geografía. A los 11 protagonizó su primera exposición. Observador y enamoradizo, el joven Josep iba mucho al cine… y con frecuencia se quedaba prendado de la protagonista. De lo que no había duda era de cuál era su sueño: ver y conocer. Eterno trotamundos (vivió en Paris, Cadaqués, Los Ángeles, Suecia, Dinamarca, Inglaterra, Alemania, Francia; viajó a China y Japón), ha echado el ancla en Sitges. “Ya no tengo más ganas de dar vueltas”, dice, sentado en la cama de su taller, lugar en que trabaja y duerme desde hace cinco años. “Siempre he ido por libre; y, a veces, contra mí mismo”, comenta Puigmartí mientras muestra centenares de ilustraciones suyas plasmadas en una suerte de puntos de libro. Alienígenas que almacena en una caja de zapatos: “Son mis bichos, y como no sé qué son, les llamo aliens”, sonríe.

 

Quins caperrots! exclama satisfecho al contemplar su obra de temática más fantástica, los alien Fashion, que hacen referencia a su vínculo con el mundo de la moda.

 

Todos esos monstruos se expondrán en el futuro museo que Sitges dedicará a la figura de Puigmartí. No es el primer centro artístico dedicado al pintor, pues desde hace un año ya dispone de uno con su propio nombre en la localidad francesa de Bourg-Madame.

 

En un salón del Hotel Estela Barcelona, rodeado de buena parte de su obra, Puigmartí indica: “De todo esto, yo no me llevaré nada cuando me muera”. Es la manera de resumir la filosofía de un hombre sencillo que desayuna cada día en ese mismo hotel a las 6.00 horas. Antes ya ha salido a pasear un rato. Después vuelve al estudio y pinta unas horas. Come a las 11:20 horas. Va a ver a su hermano, que ocupa un apartamento de propiedad del pintor. Allí ve documentales en Discovery Channel mientras da forma a algunos bocetos.

 

A los 11 años hizo su primera exposición, ¡Qué precocidad!

 

Con mi padre, que pintaba, colaboré en una exposición con otros artistas. A esa edad ya marché del colegio porque aquello no me interesaba: sólo me gustaba dibujar y la geografía. Era muy burro y siempre trataba de copiar. No me concentraba en los libros.

 

Con 11 años dejé el colegio porque aquello no me interesaba: sólo me gustaba dibujar y la geografía.

 

¿Cómo eran las fiestas que Dalí daba?

 

Estaban muy bien. Se celebraban al menos una vez a la semana. Venían bailarines y top models célebres de la época. Se bailaba y se bebía en el jardín. Allí estaba su manager, el capitán Moore, con su ocelote. El champagne corría de lo lindo ya que una marca se lo regalaba a Dalí. Había escritores y artistas muy conocidos. Eran fiestas salvajes, aunque tal vez la gente imaginaba más de lo que era en realidad. Eran fiestas con espíritu de libertad. Hace mucho tiempo de eso, y ya no me quedan ganas ni de fiesta ni de de ver personas que me recuerden aquello.

 

¿Hay algo en que se inspire para dibujar sus característicos “aliens”?

 

No, hago lo que surge. Sobre la marcha. Con la mente en blanco. Cuando era pequeño, me gustaba dibujar con un lápiz algo que pudiera ser real: una casa, un hombre… Era clásico. Pero eso cansa: ya está hecho en la naturaleza, y uno tiene la posibilidad de hacer cosas imaginarias. Son cosas que, una vez hechas, ya existen. Los aliens son cosas que deben venir de fuera: creo que en el cosmos no estamos solos, al menos debe haber miles de millones de seres ahí fuera.

 

¿Cómo es su relación con la moda?

 

Fui modelo porque en la época de Cadaqués, algunos amigos me dijeron que, por mi pinta, podía trabajar de eso. Me presentaron a la gente adecuada, y trabajé algunos años en París como modelo en la agencia más famosa de Europa. Ganaba más dinero que con la pintura. Para mí era fácil. Iba a las carreras de caballos cada día con chicas guapas. Pero yo era pintor igual. +

 

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El pintor posa para esta revista en su taller de Sitges

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